Él viene. Ella sonríe al espejo y se ilumina las mejillas. Otra noche se siente como suya, un momento que espera con ansias.
La risa llena el espacio entre bocados e historias compartidas. La conversación fluye, como la adherencia natural de las joyas, como el vino en una copa dorada.
Películas, por supuesto. Su hombro roza el de él, su risa responde a la de ella. El mundo se reduce a la comodidad, nada más y nada menos.
Su camisa, sus anillos... comparten el mismo sabor que su risa. Sin embargo, ambos mantienen sus colores separados. Sus días se alinean, pero cada uno sigue siendo suyo. Porque ella lo sabe: la alegría que siente es suya y puede conservarla, con o sin él.
La noche cae en silencio mientras ella se desliza hacia el santuario de su habitación. Ella está agradecida por él, por suavizar los días, pero una relación sigue sin ser la respuesta. Ella se queda dormida, abrazando su soledad: su primer y más verdadero amor.